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Los pueblos del silencio

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No es malo que quienes conocen el olvido, porque lo viven a diario, se apresuren a combatirlo, desnucando contra los muros de la Administración su incesante lamento. ¡Cuántas veces ha cundido el desánimo, porque no encontramos en el horizonte una señal que nos devuelva la tranquilidad! Coincide este comentario con la entrada a la dirección de este periódico de Antonio Mencía que, posiblemente, conocerá en profundidad la historia de tantos pueblos burgaleses que también sucumbieron con la llegada del progreso. Algunos para siempre; otros, lentamente, y que han sido rescatados en la memoria por el espeleólogo burgalés Elías Rubio Marcos, con una entrega sin límites, labor que en nuestra Palencia ha venido desarrollando nuestro común colaborador y académico Gonzalo Alcalde Crespo. Yo no he puesto la última palabra y sólo se verá cumplido un poco de mi anhelo, cuando lleve a la imprenta un libro como el que tengo ante mis ojos, de 415 páginas, donde se materializa definitivamente la e

Síndrome de antaño

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Quiso la providencia hace unos años meterme en el cuerpo el síndrome de antaño. A fuerza de revisar viejos juramentos y sin otra intención que la de procurar paz a mi espíritu, todos los caminos me iban conduciendo al pasado, a las gentes que poblaron la Montaña. Por más desgracias que nos vengan, aunque la gente a la que queremos se nos vaya marchando, siempre nos queda su recuerdo, su rincón, su costumbre. Porque somos en buena medida la prolongación de ellos y, en la medida de nuestras fuerzas, hemos de luchar por conservar lo que nos legaron. Por eso estoy aquí de nuevo, al inicio de un cuaderno en el que me propongo remover un poco esas inquietudes que ahora encuentro dormidas. Remover un poco esas conciencias que por capricho o por ofuscamiento se hallan enfrentadas. Que la vida es cosa de dos días y no conviene distraerse con las espinas. Pasemos página para bien, para mejor, para orgullo y ejemplo de los que ahora empiezan.-

Detrás del éxodo

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Fontaneda era un prestigioso escudo para la villa. En aquellos momentos todo era negro. Y nos fallaron los malos augurios. "Siro" y "Gullón" siguen creciendo hoy (2011) a un ritmo trepidante. Lo peor de los políticos es su compromiso de renovar promesas. Al mismo ritmo que las renuevan, las incumplen, por imposiciones, a veces, ajenas a su afán; por desacuerdos de quienes se sitúan por encima de ellos. Aguilar precisaba un milagro para salvar a Fontaneda. Porque las promesas de los políticos se conciben a plazos de vencimientos largos y el desenlace que ahora nos anuncian era cuestión de meses. Poco a poco, por desgracia, se van cumpliendo los peores augurios. Muchos trabajadores no están ya por la labor de comenzar de nuevo y sabemos que detrás de este éxodo llegará con el tiempo otro mayor, el de todos aquellos relacionados de algún modo con la empresa que ahora cierra en la villa. Algunos también se alegran, porque cerraron las minas y nadie movió un dedo, pero

La tierra que amamos

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Yo no sé si los ciudadanos de la Montaña aman su tierra más que otros. Se supone que a todos nos tira con fuerza la tierra donde nacimos. Bueno, a todos, no. Eso es evidente. Lo mismo que esos padres que matan a sus hijos, también -en un contexto diferente- hay hijos de esta tierra y de todas las tierras que pasan olímpicamente de sus pueblos y sus historias. Lo mismo da que vivan aquí que vivan fuera. A ellos que les pongan bien las cosas, que les arreglen bien su calle, que el pueblo traiga una buena orquesta el día de la fiesta, pero que no les hablen de problemas. Los problemas son de otros. Incluso, quienes nos mostramos tan críticos con algunas actuaciones, a veces cometemos el error de juzgar a la ligera acciones de quienes en el pueblo se "mojan" para mantener fueros y costumbres. Amamos la tierra, nadie lo pone en duda, pero bastante menos de lo que pensamos. Y así se manifiesta luego. Imagen: Raquelina, en Verdeña. Foto cedida por la familia

Tiempo al tiempo

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Es pronto para decir que hemos fracasado estrepitosamente en todo. Pueden fracasar los empresarios, que solos, o coaligados con otros no desarrollaron la publicidad adecuada. Pueden fracasar los políticos, que por diferencias de pensamiento no dieron con el camino o se negaron a encontrar una mesa en la que pudieran hablar todos. Pueden fracasar los técnicos, que no ven el momento ni el lugar para plasmar sus objetivos. Pero eso no debe afectar a la marcha de un pueblo. Porque un pueblo lo compone mucha gente que ya estaba allí antes: ganaderos, mineros, comerciantes... y todos están verificando un cambio. Bilbao, por ejemplo, en cinco años se ha convertido en un foco turístico, pero no se puede pedir un cambio radical en pueblos como los nuestros que han vivido aislados. Si alguien pensó llegar y triunfar con su política turística en cosa de dos años, es obvio que estaba equivocado.