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La nevada del siglo XXI

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Haciendo el especial para el fin de año me tocó recordar una vez más, aunque jamás me olvidaré de ella, la gran nevada que sufrimos los vecinos de la Montaña Palentina; o mejor dicho la sucesión de nevadas que vivímos entre enero y febrero de 2015 los montañeses palentinos. Lo de enero fue un simple ensayo pero lo gordo llegó en febrero. Pueblos incomunicados, autovías cortadas, gente atrapada y todo ello ante la estupefacción de todos. No sé si es que se nos había olvidado lo negro que es el manto blanco que tanto gusta a a algunos, yo siempre digo que lo odio a más no poder. No me gusta, nunca me ha gustado desde que dejé de tirarme montaña abajo con trineos en mi infancia y luego con los  esquís hasta que me lesione. También, y es una razón más que suficiente, porque mi padre se pasaba el día en la carretera y cuando nevaba mis nervios se ponían de punta. Pero es que el día a día para vivir y trabajar con la nieve es complicado. No podía entender la pacie

El simulacro

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Aunque el tiempo amaina considerablemente la sensación que nos dejó febrero, me niego a dejar pasar esta ocasión sin contestar a quienes la semana pasada hacían balance en Cervera de Pisuerga sobre el último temporal; desde luego, la mayor nevada de lo que va de siglo y una de las más grandes en muchos años, posiblemente, calculando el mes de incomunicación con Palencia que vivió Piedrasluengas, mayor que la que vivimos en San Salvador en 1981, una semana incomunicados, sin luz y sin teléfono en Pernía y quince días cerrados los pueblos de la Castillería. Será por lo del cambio climático, obedezca o no a ciertas normas que no entendemos de la meteorología, esta vez la nieve ha cubierto villas como Reinosa o Aguilar, convertidos estos puntos en centros de referencia para los medios de comunicación. A través de ellos y a través de quienes pululan por las redes sociales, que son un pulso en nuestro tiempo, aunque algunos se nieguen a admitirlo, hemos sido alertados de la dimensión

Después de la tormenta, llega la reflexión

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Ahora culpamos a todo el mundo, al del tiempo, que pronosticó que nevaría, y nevó, sí, pero no nevó tanto como decía; o al contrario, llegaba un temporal que era evidente en los monitores de los meteorólogos y que luego un viento norte desvió hacia otro sitio. Culpamos al mundo, culpamos a quien sea, sin darnos cuenta que nadie colmará nuestras ansias de arreglarlo todo con un soplo. La nieve no la echa ningún partido político, eso es evidente; ni al tiempo le puede detener ninguna ideología. Los inviernos como este pasaron hace 50 años y no es cuestión de atrincherarse con un millón de máquinas. Pero hay que educarse también para las ausencias, para los peligros, para las situaciones intempestivas que vienen de otros puntos y de las que no se puede culpar a quien lleva la máquina. Nadie se lanza a tumba abierta, en una ruta peligrosa, cuando sigue apretando la tormenta y la ventisca no te deja ver las balizas de señalización. Hemos pasado de no decir nada a explotar e

El invierno es cosa seria

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Leo en un diario nacional que los inviernos no fueron siempre tan aburridos como ahora. Los actuales hombres del tiempo han encontrado muchos años después la causa de aquellos inviernos tan largos. Se trata de una línea imaginaria que comunica estas tierras con el Mar Cantábrico, el vacío formado por el curso del río Deva y los vientos norteños que chocan en el "boquete" que forma el Peñalabra y la Peña Bistruey. Resulta interesante y divertido verse uno reflejado en tan importantes medios de comunicación y con explicaciones que desbordan nuestro limitado entendimiento. El periodista lo resume así: "Las masas de aire forzadas a elevarse por primera vez en estos puntos, descargan cantidades ingentes de nieve..." Parece que lo que le mueve a esa rigurosa investigación, es la cita que aparece grabada en el atrio de su iglesia: "Año 1713. A 26 de febrero comenzó a nevar y no cesó hasta el 29 de abril. Ese día había 12 varas". Hace unos días, en conversa

¿De qué color es la nieve?

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No me gusta exagerar las historias. Como ustedes me pregunto de qué color es la nieve, porque, como la vida, la nieve representa colores en la memoria de la gente. Alguna vez he contado, incluso he publicado en algún libro, las tremendas nevadas que cubrieron los pueblos de la montaña. Que no es cuento, que no es materia de novela... De esto sabe mucho Ignacio cuando subía con la correspondencia detrás de la máquina y de aquellos momentos conserva instantáneas preciosas. ESTE ARTÍCULO FORMA PARTE DEL LIBRO VER DOS VECES LAS COSAS FROILÁN DE LÓZAR, SEPTIEMBRE DE 2020 LECTURAS EN EL BLOG +DE 130