Entradas

Mostrando entradas de noviembre, 1998

La cumbre y el desarrollo

Imagen
Buenos Aires, 1998. I Se constata una vez más la degradación de los recursos naturales. En Río de Janeiro se hizo el mismo ejercicio el año anterior. En Viena, los grandes mandatarios, o los mandatarios de las megaciudades (20 ciudades con más de 8 millones de habitantes, 16 de las cuáles se localizan en países no desarrollados), se afrontó la conferencia de los derechos humanos. De la población se habló en El Cairo, de la pobreza en Copenhague y en Pekín se habló de la mujer. Estos días he viajado por Internet a la Argentina y he asistido al foro de Comunicación y ciudadanía que ALAI ha organizado. Allí estaba también Adolfo Pérez Esquivel, premio No bel de la Paz . El citado mensaje está planteado de cara a América Latina, pero sirve perfectamente para el mundo, porque, como bien señala el obispo Federico Pagura, la verdadera revolución de las comunicaciones están afectando profundamente la vida, el pensamiento, las convicciones de nuestros pueblos y, por consiguiente,

Pueblos vivos

Imagen
Meses atrás, con motivo de la boda de una prima, me encontré en Quintanilla de las Torres con gran parte de mi familia. Es gratificante volver a tu tierra y encontrarte con aquellos que compartieron contigo tantas historias. En todos los rostros quise adivinar la misma sensación, hasta en la poesía del cura del Cerrato que los casó. Al terminar la ceremonia, uno de los invitados, Apolinar, 97 años, primo más directo de la afortunada, se acercó a saludarme. Si a menudo sorprende la categoría humana de estas gentes, ayer protagonistas, volver a encontrarlos a los seis años con el mismo ímpetu y la misma memoria, es algo que impresiona. Poli nace en el pueblo perniano de “El Campo”, pasa en San Salvador sus primeros catorce años y, posteriormente se establece en Camporredondo, donde ya cambiaba género por patatas. De allí a Bárcena de Pie de Concha, en tierras Cántabras, donde pasa trece meses de la guerra al mando de un batallón de zapadores y, finalmente, su vida se asienta y adqui

Nicolás Castellanos o Kasinsi

Imagen
Ahora que ya ha pasado todo y ha sido reconocida y premiada la entrega de Nicolás Castellanos a los pobres de Santa Cruz de Bolivia, recuerdo la única entrevista que le hice en la Abadía de Lebanza, siendo todavía obispo de Palencia.  -“¿Para usted, qué es la vida?” –le preguntaba.  Y tratándose de una simple pregunta, la primera que nos haría cualquier niño, he aquí la respuesta que había de llevarle unos años más tarde hasta Bolivia: “Para mí, la vida es un don de Dios que nos la da para ser felices y para hacer felices a los demás. Personalmente, soy vitalista, y lo soy porque he entendido la vida como entrega a los otros. Esto, a pesar del sacrificio, me ha hecho muy feliz”.  El flamante Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, leonés de nacimiento, palentino de corazón, vive metido –como su mentor San Agustín– en la regla básica de hacer amigos. Cuando ha consolidado su amistad, y considera que podrán valerse por ellos mismos, busca un nuevo destino, si cabe, más

Lamento final: un hospital

Imagen
Recuerdo de lo que pudo ser y no fue Desmenuzo la noticia en la novena planta del Hospital Río Carrión, donde la autora de mis días mantiene una batalla contra el Parkinson. Es una lucha sin cuartel. El cuerpo camina como una locomotora desgastada, brotan movimientos incontrolados que le llevan a adoptar las posturas más extrañas, como si estuviera a punto de desmembrarse; cuándo encogida, cuándo estirada hasta extremos sorprendentes; a ratos, bloqueada por completo, asombrando a propios y extraños, no sólo por los ademanes que la mueven de manera involuntaria, sino también, por la forma valiente y digna de encarar una enfermedad que vive pegada a su cuerpo desde hace ya veintidós años y que progresivamente ha ido avanzando. Son muchos días. Han sido muchas horas de sufrimiento y de preguntas que ella ha querido dejarnos como testimonio y de las que hablaré algún día largo y tendido. Vuelvo a sacar retazos de mi vida privada, perdóneme el lector. Ya sé que el sufrimien