La romanización (IV)

  • Los maestros canteros

Un servidor, que no es un especialista, ni un historiador, sino un mero observador de la historia, se sorprende cada vez más del trabajo llevado a término por los canteros de otras épocas. Uno es estudiante de historia toda la vida, porque cada ojo que se detiene en ella la interpreta de una manera distinta y en casi todos las miradas una honda impresión, una exclamación de asombro, un sobresaliente sin que asome una duda.

Eso pasa con el románico, que siempre cautiva a los de fuera, a quienes se quedan embelesados mirando una espadaña, o deducen por la perfecta sincronización de los cruceros y el minucioso labrado de portadas como la de San Andrés, en Cabria, más que la entrega, la pasión de aquellos talladores de antaño, que con recursos mucho mas limitados nos entregaron obras tan dignísimas.

Siempre se pontifica a los Reyes y Condes que ordenaron levantarlas o ayudaron a iglesias y monasterios para su reforma, pero quedan en el oscurantismo otra vez, antes como ahora, las personas que se implicaron de verdad para que no desentonara en ninguna época de la historia. Es más, los historiadores y los académicos se sienten deslumbrados por la obra, no por las exquisitas manos que dieron vida a un arte que deslumbró al mundo.

No es augurar un pasado ceniciento para quienes nos sobrevivan, y miren hacia quienes hoy inventan cosas o levantan edificios que rotan a gusto de las gentes. Pero no hay comparación ni pretendo hacerla. Aquello era entrega, maestría, dedicación. Aquello era todo, porque suponía una dedicación plena y de por vida a pulir y redondear la piedra.

Aquello era arte, lo de hoy es otra cosa.

Para la sección "La Madeja", en Diario palentino y Globedia.
Imagen: La primitiva Colegiata de San Salvador.

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