La fiesta con el toro
El hombre, como ser inteligente y supremo, ha decidido que el destino del toro es demostrar su bravura para que los toreros muestren su destreza y valor, eso que han dado en llamar arte. En los últimos años, el toro bravo ha pagado con creces toda la irracionalidad del ser humano. El hombre tiene derecho a protegerse del maltrato y tiene derecho a divertirse maltratando a otros seres con un sentido de la fiesta trasnochado y ambiguo. ¡Y cómo se contagia! ¡Y de qué modo se extiende por regiones y pueblos o renace en otros donde ya se daba por perdida eso que defienden como tradición, tal vez para alentar su permanencia. Ahora más que nunca, para darle sentido a la fiesta del pueblo, hay que traer un toro bravo, lo más bravo posible, a ver a quién le empitona, porque para más inri, lo que disimuladamente buscan los que miran y aplauden, amén del desahogo que aconsejan los fisioterapeutas, es que el animal le meta el asta por la carne a algún vecino, sin detenerse a meditar que mañ