La balada de los poderosos



Alfonso Pascal Ros, poeta navarro, de Barañain, a quien encontré por primera vez en un suplemento cultural del diario madrileño ABC, cita mi nombre en el prólogo de la revista "Archione", (Madrid, 1994) –dirigida por Gonzálo de Luis–, entre media docena de personas. “Si uno no consigue hacer amigos, ayudar aunque sólo sea en sus reducidísimas posibilidades y amar a los demás, para qué sirve su obra. El gigante egoísta –añade– no fue feliz por completo hasta que los niños volvieron a jugar en su jardín”. “La casa del amigo es un refugio contra el mundo de las bocinas y del trepa, un Amazonas que se defiende de las palas y la especulación. Yo sé que hay muchas casas como esta, y son las que a mí me gustan.”


Sirve este comentario de mi buen amigo para abrir el artículo de hoy, porque muchas son las pautas que en aquellas líneas suyas vienen dadas, de manera que sirven para justificar nuestro propio trabajo.

La vida está llena de mentiras y, es posible, algún día lo sabremos, que nuestra Tierra a partir de ahora esté sujeta a la especulación de la que viene hablando Alfonso.

Aquí, como en otros lugares, hay dos opciones claras: aceptar el turismo, con todas las consecuencias que de ello se deriven (buenas y malas), o aceptar el declive, la vejez y la muerte paulatina de un pueblo. Vistas así las cosas, se ha optado claramente por la primera. En realidad, nosotros no hemos hecho nada extraordinario, salvo abrir la puerta de la casa y reafirmar una vez más nuestra presencia. Ahora bien, cuando asomaron sus narices los que mandan y empezaron a planificar historias de futuro, se nos vino abajo el planteamiento, hallando incompatibles sus manifiestos con muchos de los trabajos que aquí se venían desarrollando.

Puede que el papel sensibilizador que llevan a cabo algunas Asociaciones, como la Fundación Oso Pardo, premio Castilla y León de la Naturaleza, 1996, sirva de atenuante o advertencia para esa minoría cuya ley siempre parece ser la del más fuerte, pero más allá de reprocharles nada y, sabiendo la teoría de la suerte que a todos los premiados acompaña, cualquier pobre ayuntamiento del norte provincial hubiera sido un receptor dignísimo, porque ya que hablaron del oso, su vida se debe en buena parte –salvo aisladas excepciones– a ellos mismos, que respetaron su camino.

Y es este un manifiesto muy curioso. Se alía la Administración, que otorga el premio, con la Fundación que lo recibe, a los cuatro años de su existencia. Se alían dos armas poderosas: los que llevan el peso de todas las cosas, quienes otorgan o desaprueban por leyes no siempre justas y acordes al lugar y al momento y, quienes sólo tienen ojos para la Naturaleza, para la vida que se mueve más allá de los hombres y los pueblos. Hay como un acuerdo simpático: se premia porque se espera a cambio una voz que se mueva en el entorno, que vigile, que denuncie, que en cierta manera venga “advirtiendo” al ciudadano.

Y opino, además, que se recoge dicho premio con regocijo –no por el valor material–, sino porque para ellos también la Administración implica un lazo y un mentor que atenderá sus quejas. Si mañana los gobernantes necesitan una voz que hable bien del Parque Natural, ellos serán su voz aquí, sólo por el amor que dicen tener hacia la tierra y hacia el animal y porque, fundamentalmente, la ley del Parque apoya de una forma incondicional lo que ellos dicen amar y defender por encima de todo: “el hábitat del oso pardo”.

En este sentido, yo creo que nos encontramos ante un abuso de poder, una fuerza que de nada le va a servir al ciudadano que aquí vive; muy al contrario, si durante años ha soportado estoicamente el silencio y el olvido de ambos, de la Administración y de los Ecologistas, ahora aquellos se harán con el poder votando y deshaciendo cualquier denuncia que no vaya a la par con sus anhelos. A la insalvable distancia se une la prepotencia de quienes nunca defenderían, por ejemplo, la escuela para un grupo de niños, o la consulta médica para un grupo de pueblos. Es decir, que no estamos en la época de las cavernas, ni de los esclavos, pero en un mundo muy superior venimos a ser el reemplazo de aquellos.

Es verdad que el camino que ahora hemos iniciado es el que nos lleva hacia el futuro, pero, visto lo visto, que nadie piense que vamos a estar a salvo de la especulación y del contrasentido. “Quienes hacen la ley, hacen la trampa” y en esa corta acepción se encierra un buen trecho de espinos, que nuestra gente tendrá que sortear con la voluntad que antes depositó para mantenerse y sobrevivir en el olvido más absoluto y más absurdo.

22.07.97 Vuelta a los orígenes

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