A Polentinos venía todos los años una familia de Salamanca. El padre, Juan; la madre, Ulpiana y tres hijos solteros: Perfecto, Román y Bonifacia. Con ellos venían también dos hijos ya casados, acompañados de mujeres e hijos. Y todos ellos se repartían en dos chozas pequeñitos situados en las majadas de Linares y el Pendillo. Claro que, en aquellos años, los chozos se prestaban a todo porque los pueblos se molestaban en cuidarlos.
Vitruvio y sus anhelos me devuelve la estampa de la Sierra, cuando los chozos eran como almas gigantes, puestas allí por la naturaleza para refugiar al caminante.